foguelvaguen

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Nombre: Carola
Ubicación: Montreal, Canada

When my father passed away, it was as if all the colors disappeared, and my life suddenly became a dark, hollow spot. Then many months later on a cold, gray winter morning day I jumped in an earlier bus in Ave du Parc. The bus driver was singing out loud, coming up with new, impromptu songs as we passed by streets and intersections, and passengers just started to smile and rejoice. I smiled, too. And that’s when I realized that sometimes we all just need to jump in a singing bus. Life is full of free, amazing little moments and in Le bus qui chante I try to share all those little miracles that sometimes just appear in my days.

miércoles, enero 30, 2008

Les loisirs d'hiver

Ah! El inviernito.

No por mucha nieve, viento, sudor y lágrimas, se acaba la diversión.
Primero fue el igloofest, un festival de música electrónica al aire libre al que fuimos de noche a bailotear, en medio de igloos y esculturas de hielo. El escenario montado a espaldas del viejo puerto (congeladísimo) se veía increíble con sus luces azules que se reflejaban en el hielo, hacía -22 grados y el pretexto para ir fue despedir a Coco, quien este momento se encuentra gozando del calor en Sydney. Obviamente, antes de que se fuera le aventamos a la cara unas cuantas bolas de nieve (por envidiosos).

Después, en este fin de semana tuvimos el honor de gozar de un sábado soleado, con una crujiente temperatura de -2 graditos. Como hacía mucho que no lo hacíamos, salimos a dar la vuelta por el río, al igual que muchos otros intrépidos. Eso sí, tapados como ositos pues después de un rato afuera, por mucho sol uno se puede medio congelar.
Cruzamos las partes del río que se han solidificado, en donde la gente hasta metía sus camionetas y había varios entusiastas haciendo perforaciones en el hielo para pescar. Cerca del otro extremo de la pequeña “península”, nos encontramos a un turista que estaba muerto de miedo porque el hielo “se había quebrado justo debajo de sus pies”. Me hizo recordar aquellos días cuando estudiaba en Suecia, y que un atajo para ir de mi casa a la universidad era cruzar por un lago congelado, que muchas veces crujía y en el hielo se hacían fallas que literalmente se replicaban a toda velocidad sobre la blanca superficie, haciendo un ruido espantoso.

Finalmente, llegamos tan tranquilos al otro lado y seguimos caminando. Encontramos una tienda de antigüedades y entramos para averiguar el precio de una cabecera que me encantó (costaba casi lo mismo que nuestra nueva cama, así que no insistí). El encargado de la tienda, un viejito venerable, puso a funcionar un gramófono, nos mostró una playboy de los años 50, nos ilustró sobre las cámaras antiquísimas que tenía de colección y también nos enseñó uno de los primeros proyectores que se vendieron en Canadá.
Salimos tan contentos y como el sol ya se había ocultado y hacía bastante frío, hicimos un alto en el camino de regreso y entramos a una boulangerie, en donde tomamos sendas tazas de chocolate caliente, reconfortados por el delicioso olor del pan recién horneado.

Y es así como estoy pasando mi primer invierno montrealense, al que le quedan aún dos meses completos de frío inclemente y después poco a poco irá remontando la escala del termómetro. Tomando vino caliente, horneando cenas deliciosas (vegetarianas, por supuesto), rentando películas, redecorando el hogar y yendo y viniendo del trabajo, esta estación no se pasa tan mal. ¡Y lo mejor! Es que todavía tengo algo del colorcito que logré en Ixtapa durante mis vacaciones.