foguelvaguen

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Nombre: Carola
Ubicación: Montreal, Canada

When my father passed away, it was as if all the colors disappeared, and my life suddenly became a dark, hollow spot. Then many months later on a cold, gray winter morning day I jumped in an earlier bus in Ave du Parc. The bus driver was singing out loud, coming up with new, impromptu songs as we passed by streets and intersections, and passengers just started to smile and rejoice. I smiled, too. And that’s when I realized that sometimes we all just need to jump in a singing bus. Life is full of free, amazing little moments and in Le bus qui chante I try to share all those little miracles that sometimes just appear in my days.

miércoles, septiembre 12, 2007

Reflexiones en torno al terrorismo laboral

Hace unos días, una buena amiga me platicó que cuando regresó a su oficina tras ausentarse por dos días, encontró a otra persona sentada y trabajando en su lugar, y en ese momento le avisaron de su despido. Esta desagradable situación no la tomó realmente por sorpresa, puesto que semanas antes se enteró, por medio de un rumor, que su jefe estaba entrevistando candidatas para su puesto, sin avisarle siquiera. Lo peor es que entre que contrataban a alguien más o no, a mi amiga no le quedó de otra más que fingir que no sabía nada al respecto y tratar de seguir haciendo su trabajo sin envenenarse el alma del coraje.

Situaciones como esta no son nada del otro mundo, y menos cuando a nuestro alrededor escuchamos todo el tiempo acerca de las cifras apocalípticas del desempleo, lo bajos que están los salarios en el mercado, etcétera. Es así que cuando conseguimos un empleo más o menos decente que devenga un sueldo más o menos decente, nos encontramos dispuestos a aguantar casi lo que sea, con tal de no perderlo.

Yo misma experimenté esa situación trabajando para la agencia de derechos humanos de la ONU (qué ironía): poca o ninguna claridad en las funciones que tenía que desempeñar cada quien, lo cual se prestaba a que en cualquier momento te dejaran caer responsabilidades que no correspondían. Jornadas laborales de 10, a veces 12 horas, presión psicológica para quien osara abandonar la oficina a la hora oficial del término de labores, propagación de rumores nocivos fomentados por la entonces encargada del personal, prestaciones convenidas que luego no se otorgaban, etcétera.
Una de mis colegas de más alta jerarquía, se sintió de tal modo miserable que tuvo que comenzar a acudir a sesiones con un psicólogo a fin de sobrevivir al ambiente destructivo, todo fuera por “no perder la chamba, porque aquí en México jamás encontraría otro lugar donde me paguen lo que me están pagando”. Es decir, el puesto y la paga eran tan buenos, que bien valía la pena gastar un poco en el psicólogo con tal de continuar recibiendo los ingresos que permitían el pago del psicólogo, y así.

La situación iba tornándose francamente cada vez más ridícula, sobre todo considerando que todos los días nuestra oficina emitía extensos documentos, entrevistas y etcétera acerca de los derechos humanos, laborales, indígenas, blablabla, pero al interior de la oficina todos, todos se quejaban amargamente del ambiente de terror en el que trabajábamos.

Desgraciadamente, casos como el mío o el de mi amiga, son el pan de todos los días en muchísimos lugares de trabajo. Sentimos que, habiendo tanto desempleo en México, es verdaderamente un favor el que nos hacen al pagarnos un sueldo, sin ser plenamente conscientes de que nuestra paga es, o debería ser, una retribución justa por el trabajo desempeñado. Cuántas veces no escuché de mis antiguos colegas la misma cantaleta: “es que la paga es tan buena, que… vale la pena la humillación, no me pesa tanto que me griten, no está tan mal después de todo, podríamos estar como los de x o y ONG en donde les pagan una miseria, etc etc etc.”

Ahora estoy experimentando un poco la cultura laboral de otro país. No puedo generalizar ni decir que ya la conozco tan pronto. Tampoco es una referencia ideal para comparar siendo que en México trabajé todo el tiempo para el sector público y esta es la primera vez que me encuentro en una empresa. Sin embargo, lo que es un hecho es que en todos lados se observa estrictamente el horario laboral estipulado en el contrato. Que al que hace horas extras se las pagan. Que al que no se las pagan es porque tiene un puesto de alta jerarquía en el que se entiende que tendrá que trabajar unas horas de más al día a cambio de la millonada que le pagan. Que curiosamente, no he escuchado aún a nadie vivorear a su supervisor. Y que a todo el mundo nos clavan el diente de tal modo con los impuestos, que el grueso de la población es una clase media más o menos homogénea.
En fin, que cosas como esas contribuyen, creo yo, a que la gente tenga una relación más sana con respecto a su trabajo, mejor balance trabajo/vida e indudablemente, una mejor productividad.

domingo, septiembre 09, 2007

Festival de Osheaga



Ayer fuimos al primer día de conciertos del muy famoso -por acá- festival de Osheaga, que cada año se lleva a cabo en el parque Jean- Drapeau de Montreal.

Más específicamente, el parque se encuentra en la Île Notre-Dame, en la cual también está la biósfera, el casino, el parque de la ronda y, sobre todo, uno de los lugares de donde mejor se puede apreciar la vista del centro de Montreal del otro lado del San Lorenzo.

Para no cambiar la costumbre, ninguno de los asistentes a excepción de su servidora, bailaron y/o brincotearon en los conciertos.(Bueno, algunos entusiastas menearon la cabeza mientras tocó Feist, y con Damien Rice muchos cantaron. Con los Smashing Pumkins, hubo varias manitas que se agitaron en el aire). Finalmente, considero que tanta parsimonia es incluso conveniente, si se piensa que no hubo empujones, había niñitos rockers de menos de 5 años de edad que gozaron tan tranquilos, y, a diferencia de las dos ediciones del Vive Latino en las que estuve en la Ciudad de México, en ningún momento temí por mi integridad física o emocional.

El clima estuvo fenomenal, la organización impecable, y estuvimos por allá desde las 2 de la tarde hasta las 12 de la noche. Entre concierto y concierto, paseamos un poco por el parque, y tomé muchas fotos con mi chafísima celular (pronto, muy prontooo, Lainita tendrá en sus pezuñitas la cámara profesional que ha soñado tener desde hace un muy buen rato). Esta es una que tomé en el atardecer. Los edificios del fondo son del centro financiero de la ciudad.



Ok, admito que no los edificios ni se distinguen, ¿Pero, qué tal el atardecer?


Aquí, la clásica foto turística junto a un escenario. El de rojo es el h.h. Enano, amigo que ya teníamos en la Ciudad de México y que por una feliz coincidencia, también se encuentra probando suerte acá en las tierras canadienses.

y por último, una probadita del hermoso cielo que tuvimos el día de ayer, visto a través de la escultura intitulada "el hombre", imagen obligatoria del parque Jean-Drapeau:
Hoy domingo 9 de septiembre, el festival continúa. Esta ciudad maravillosa es, efectivamente, la ciudad de los festivales. Y menos mal, porque después de haber vivido en la siempre en movimiento Ciudad de México, echaría de menos la oferta de cosas por hacer. Pero aquí en la excitante Montreal, lo que me falta es tiempo.

domingo, septiembre 02, 2007

Serie Montreal fashion

Serie edificios que me gustan







Serie techos viejos del Quartier Latin