Reflexiones en torno al terrorismo laboral
Situaciones como esta no son nada del otro mundo, y menos cuando a nuestro alrededor escuchamos todo el tiempo acerca de las cifras apocalípticas del desempleo, lo bajos que están los salarios en el mercado, etcétera. Es así que cuando conseguimos un empleo más o menos decente que devenga un sueldo más o menos decente, nos encontramos dispuestos a aguantar casi lo que sea, con tal de no perderlo.
Yo misma experimenté esa situación trabajando para la agencia de derechos humanos de la ONU (qué ironía): poca o ninguna claridad en las funciones que tenía que desempeñar cada quien, lo cual se prestaba a que en cualquier momento te dejaran caer responsabilidades que no correspondían. Jornadas laborales de 10, a veces 12 horas, presión psicológica para quien osara abandonar la oficina a la hora oficial del término de labores, propagación de rumores nocivos fomentados por la entonces encargada del personal, prestaciones convenidas que luego no se otorgaban, etcétera.
Una de mis colegas de más alta jerarquía, se sintió de tal modo miserable que tuvo que comenzar a acudir a sesiones con un psicólogo a fin de sobrevivir al ambiente destructivo, todo fuera por “no perder la chamba, porque aquí en México jamás encontraría otro lugar donde me paguen lo que me están pagando”. Es decir, el puesto y la paga eran tan buenos, que bien valía la pena gastar un poco en el psicólogo con tal de continuar recibiendo los ingresos que permitían el pago del psicólogo, y así.
La situación iba tornándose francamente cada vez más ridícula, sobre todo considerando que todos los días nuestra oficina emitía extensos documentos, entrevistas y etcétera acerca de los derechos humanos, laborales, indígenas, blablabla, pero al interior de la oficina todos, todos se quejaban amargamente del ambiente de terror en el que trabajábamos.
Desgraciadamente, casos como el mío o el de mi amiga, son el pan de todos los días en muchísimos lugares de trabajo. Sentimos que, habiendo tanto desempleo en México, es verdaderamente un favor el que nos hacen al pagarnos un sueldo, sin ser plenamente conscientes de que nuestra paga es, o debería ser, una retribución justa por el trabajo desempeñado. Cuántas veces no escuché de mis antiguos colegas la misma cantaleta: “es que la paga es tan buena, que… vale la pena la humillación, no me pesa tanto que me griten, no está tan mal después de todo, podríamos estar como los de x o y ONG en donde les pagan una miseria, etc etc etc.”
Ahora estoy experimentando un poco la cultura laboral de otro país. No puedo generalizar ni decir que ya la conozco tan pronto. Tampoco es una referencia ideal para comparar siendo que en México trabajé todo el tiempo para el sector público y esta es la primera vez que me encuentro en una empresa. Sin embargo, lo que es un hecho es que en todos lados se observa estrictamente el horario laboral estipulado en el contrato. Que al que hace horas extras se las pagan. Que al que no se las pagan es porque tiene un puesto de alta jerarquía en el que se entiende que tendrá que trabajar unas horas de más al día a cambio de la millonada que le pagan. Que curiosamente, no he escuchado aún a nadie vivorear a su supervisor. Y que a todo el mundo nos clavan el diente de tal modo con los impuestos, que el grueso de la población es una clase media más o menos homogénea.
En fin, que cosas como esas contribuyen, creo yo, a que la gente tenga una relación más sana con respecto a su trabajo, mejor balance trabajo/vida e indudablemente, una mejor productividad.