Siempre he sentido cierta fascinación por todo lo que tiene que ver con el tema de la migración. La simple palabra, “migración”, mueve en mí ciertas fibras sin que sepa explicar muy bien la razón. Mi interés por el tema es tal, que ya estaba apuntada para empezar una maestría en estudios migratorios en Reino Unido, cuando dejé en suspenso el plan para migrar yo misma a Canadá.
Ahora, viviendo en una de las ciudades más multiculturales del mundo, todos los días me sumerjo en un mundo construido gracias a las personas que han emigrado desde lugares tan improbables como, por ejemplo, Madagascar o Ghana, siendo más común encontrar grandes comunidades de Pakistaníes, Peruanos, Chinos e inclusive Portugueses.
Los canadienses mismos son fruto de las migraciones inglesa y francesa, y de su encuentro/choque con las que ahora llaman “first nations”, o las comunidades autóctonas que, dicho sea de paso, son las que se encuentran en la situación más desfavorable en la escala social.
Hoy quisiera comentar, en este espacio virtual al que lo mismo se accede desde aquí que desde cualquier otro lugar del mundo, algunas de las cosas que me trae a la mente la palabra “migración”.
I.Cuando tuve la oportunidad de estudiar en Suecia, el tema de mi trabajo final fue la asimilación de la comunidad chilena en dicho país. Junto con mi equipo, tuve la oportunidad de realizar entrevistas de fondo a varios exiliados chilenos, entre los que recuerdo en especial a uno que padecía del mal de Parkinson y a otro que nos llevó recortes de periódicos en los que su nombre aparecía en las listas de los perseguidos por el régimen de Pinochet.
La conclusión del trabajo fue que las primeras generaciones de emigrantes (casi todos asilados políticos), no se asimilaron a su nuevo país. Entre los muchos problemas que encontraron, cito uno muy representativo:
Luis era médico cardiólogo en Chile, y tuvo que huir y asilarse en una pequeña ciudad del sur de Suecia. Una vez allí, sus estudios no le fueron reconocidos. El gobierno le pagó una capacitación para que aprendiera a manejar los tornos.
-“Mis manos se estropearon, nunca más podría realizar una operación con ellas” – nos platicó Luis, mientras su esposa, que trabajaba ayudando a personas de edad avanzada a comer, vestirse, etcétera, nos servía café y galletas. “Mi hijo no habla español, ni siquiera con nosotros. Él ya es un sueco -de cabello negro-, aunque para los suecos sigue siendo un inmigrante. Pero mi mujer y yo no pudimos adaptarnos. –